Hay quien lo ve como una metrópoli viva, y quien lo ve como una ciudad hecha a medida del hombre. A mucha gente le gusta que no haya perdido su vínculo con la naturaleza, y a otros los atrae la riqueza de oportunidades de una gran ciudad. Zagreb a eso no le da importancia.

Por un momento es la capital con toda la seriedad de sus instituciones, pero ya al instante se convierte en un lugar relajado que lo conquistará con su encanto sin pretensiones. En una calle lo sorprenderá el ritmo bullicioso de la gran ciudad siempre despierta, pero ya a la vuelta de la esquina lo fascinará una callejuela pintoresca en la cual el sonido más fuerte es el canto de los pájaros y en la cual la vivencia predominante es casi bucólica.

En su parte antigua, histórica, es accidentado, sinuoso y está integrado orgánicamente en su entorno, mientras que las partes nuevas son regulares y espaciosas, con amplias avenidas adaptadas por completo a la llanura del Sava.

Zagreb tampoco le da importancia a su geografía. Aunque se encuentra firmemente en el continente, en su aire se siente el aliento del Mediterráneo, no solamente por su cercanía, sino también por el modo de vida. La inmediatez y el amor por la calle, la plaza, la conversación, el trato humano, la comida y, en general, la vida, son características importantes de los zagrabienses.

El vínculo con el Mediterráneo es tan fuerte en Zagreb que incluso en los meses invernales las terrazas de cafeterías y restaurantes son un destino popular, y las calles y plazas bullen de gente y ricos contenidos. El poeta croata Slavko Mihalić también cantó esa conexión natural: “Paso por Zrinjevac, el mar me toca.”

Eso es Zagreb. Una mezcla única de la Croacia continental y mediterránea, una metrópoli, pero también una ciudad en la cual todo está al alcance de la mano. Las contradicciones de las calles de Zagreb, algunas de las cuales son tranquilas y silenciosas, y otras palpitantes, reflejan a la perfección el carácter de Zagreb, una ciudad en la cual todo el mundo encuentra algo para sí.